Los antiparasitarios veterinarios, al igual que muchos otros productos (fármacos humanos, alimentos, etc.) deben llevar en la etiqueta, en el envoltorio o en ambos lugares, una indicación de la fecha hasta la cual el producto, almacenado correctamente, guarda sus características inalteradas, es decir, cumple con las especificaciones de fabricación declaradas en el registro.

Es lo que se denomina la fecha de vencimiento o de caducidad. En inglés se emplean los términos «shelf-life», «best before use»o «freshness date». La terminología en castellano puede varias según las legislaciones nacionales: «A consumir antes de», «Producto vence el», etc.


Determinación de la fecha de vencimiento de los antiparasitarios

Típica estutfa termostato para estudios de estabilidad de las formulaciones. Fotografía tomada de www.terrauniversal.com

Para determinar la fecha de vencimiento de un antiparasitario, el laboratorio fabricante debe llevar a cabo pruebas de estabilidad del producto final tal como se comercializa. Estas pruebas deben realizarse en los envases finales comerciales (si hay más de un tamaño, en todos los tamaños) provenientes de varios lotes de fabricación en planta final.

Es decir, no sirven datos de estabilidad que se hayan realizado con lotes más pequeños de laboratorio, ni datos en otros tipos de envases que en los comercializados. La razón es que durante la fabricación de grandes cantidades industriales en la planta final no es posible asegurar la misma precisión que en las pequeñas cantidades que se manejan en laboratorio.

Para determinar la estabilidad se almacenan muestras de envases cerrados de dichos envases comerciales a diversas temperaturas, p.ej. a –10, 0, 10, 25 y 30°C. Después, se toma muestras periódicas que se someten a análisis físico-químicos para determinar si se mantienen dentro de los límites de tolerancia de las especificaciones.

De ordinario, la temperatura máxima a la que se suelen someter los productos parasiticidas en las pruebas de estabilidad es de 30°C.

Si el producto deja de cumplir las especificaciones bajo ciertas condiciones (p.ej. a temperaturas extremas) deberá indicarse en la etiqueta que debe guardarse en un refrigerador, o evitar que se hiele, o no almacenar por encima de 25°C, etc. En algunos casos habrá que elegir un material de envase más estanco o incluso cambiar la composición (es decir la formulación) en busca de otra más estable y recomenzar los estudios de estabilidad. Se determina así cuánto tiempo el producto final mantiene sus especificaciones, es decir el periodo hasta el vencimiento o la caducidad.

En algunos países se exige también determinar la estabilidad en envases ya abiertos pero no del todo consumidos, pues es una situación muy frecuente en las explotaciones ganaderas. A veces pueden ser necesarias advertencias del tipo: «una vez abierto, consumir dentro de 30 días».

En la mayoría de los países se exige que la fecha de vencimiento de los antiparasitarios, correctamente almacenados y sin abrir, dure al menos 2 años y, si posible, 3 años tras la fecha de fabricación.


Factores que afectan la estabilidad de un antiparasitario

Hay multitud de factores que juegan un papel en la estabilidad de un parasiticida. El primer factor es la composición (es decir, la formulación) misma del producto. La sustancia activa puede reaccionar más o menos lentamente con alguno de los ingredientes, o simplemente con el aire que queda en el envase, o con la humedad que penetra en el mismo a través del envase; o bien la exposición a la luz puede alterar alguno de los componentes, o estos puedes descomponerse más rápidamente a ciertas temperaturas, etc. La temperatura puede también alterar la solubilidad de unos componentes en otros, haciendo que la solución se vuelva inestable a bajas temperaturas y precipite o se separen los componentes, etc., etc.

Los materiales del envase también son decisivos en la estabilidad de un producto. El vidrio, el aluminio, el latón, los diferentes plásticos (policarbonato, polietileno, polipropileno, teflón, etc.) fluorados o no, se comportan de modo diferente en su función de barrera entre el producto y el medio ambiente y en su capacidad de reaccionar con el producto o no. El medio ambiente significa luz, temperatura, humedad, aire (sobre todo el oxígeno), etc., elementos todos que pueden actuar sobre alguno de los ingredientes y afectar la estabilidad de la formulación.

El tamaño del envase también puede afectar la estabilidad de un producto, pues en un envase pequeño hay muy poco producto en relación a la cantidad de material de envasado y mucha superficie de contacto con el envase por unidad de volumen, mientras que en un envase grande hay mucho más producto en relación a la cantidad de material de envasado pero mucha menos superficie de contacto con el envase por unidad de volumen.

El cierre del envase también puede afectar la estabilidad del producto: según que la tapa sea más o menos hermética, esté precintada, sea de un material u otro, etc.

Por último, el almacenamiento del producto antes y después de la venta puede también afectar sustancialmente la estabilidad de producto. Por regla general, son las temperaturas extremas las que tienen efectos más negativos. Para productos provenientes de países con inviernos fríos (Europa, EE.UU., Japón, etc.) no es nada extraordinario que durante el transporte hacia regiones más cálidas los productos hayan estado sometidos durante semanas a temperaturas bajo cero.

En países de climas tropicales y subtropicales es muy frecuente lo contrario: que productos antiparasitarios se vean sometidos a temperaturas bien superiores a los 30°C durante largos periodos de tiempo. Esto puede ocurrir tanto durante el transporte en camiones, trenes, contenedores, etc., como durante el almacenamiento en lugares “poco profesionales” totalmente expuestos al sol, mal ventilados y en absoluto refrigerados, tanto en la cadena de distribución como en las explotaciones ganaderas antes de ser consumidos.

Especialmente algunos organofosforados y carbamatos, de por sí ya bastante tóxicos, pueden volverse mucho más tóxicos por envasado en materiales inadecuados o por almacenamiento en condiciones indebidas.

Lea también el artículo en este sitio sobre los envases de los antiparasitarios (enlace).


Recomendaciones prácticas

Fijarse en la fecha de vencimiento del producto antes de la compra

A la hora de adquirir un producto, conviene informarse siempre de la fecha de vencimiento, para estimar si, bajo las condiciones en las que lo voy a almacenar, y según las cantidades que voy a emplear (número de tratamientos y de animales a tratar, etc.), el producto no caducará antes de haberlo consumido del todo. Esto que parece evidente, lamentablemente a veces no se considera, o se yerra de modo craso.

Al autor de estas líneas le son conocidos casos de pedidos y suministro de productos (¡cientos de toneladas!) por parte de instituciones estatales de ciertos países (financiadas por la cooperación al desarrollo de otros países), en los que se sobreestimó masivamente las necesidades de producto. La consecuencia fue que a los tres años había docenas de toneladas caducadas de un producto (bien tóxico), en países sin posibilidades de incinerarlas convenientemente, con las que nadie sabía qué hacer...

A nivel de productores privados, esta precaución elemental debe tomarse sobre todo si se trata de comprar cantidades de producto mayores que las habituales, p.ej. para aprovechar una oferta. A veces es mejor comprar menos producto (p.ej. un envase menor), aunque resulte más costoso por tratamiento, si la posibilidad de no poderlo consumir antes de su caducidad es elevada.

Ante productos con precios altamente reducidos –ofertas especiales, rebajas extraordinarias, liquidaciones, etc.– conviene consultar siempre la fecha de vencimiento, pues es frecuente que los precios reducidos se deban precisamente a que los productos caducarán en breve.

Aparte de que productos caducados pueden ser menos eficaces y más tóxicos que los productos frescos, su eliminación puede resultar difícil e incluso costosa, pues de ordinario está fuertemente reglamentada para prevenir riesgos de contaminación grave del medio ambiente.

Almacenar correctamente el producto antiparasitario

La regla principal es que se debe guardar el producto siempre en el envase original, en un lugar más bien fresco, y en el que a poder ser se eviten variaciones extremas de temperatura. Por supuesto, siempre lejos del alcance de niños y animales.

Por lo dicho anteriormente respecto a la influencia del envase en la estabilidad del producto, queda claro que no debe almacenarse nunca un parasiticida en envases no originales, pues no se sabe cómo reaccionarán con el producto.

Conviene saber también que las oscilaciones extremas de temperatura como pueden darse entre el día y la noche en climas continentales pueden afectar más negativamente la estabilidad del producto que guardarlo a temperaturas constantes relativamente altas.

Consumir cuanto antes el producto de los envases abiertos

Aunque la etiqueta no incluya una advertencia para este caso, un producto abierto debe siempre consumirse cuanto antes. Es evidente que una vez abierto un producto estará mucho más expuesto a factores ambientales (aire, humedad, etc.) que afectan su estabilidad. Además, una vez abierto, el riesgo de que alguien, tal vez inconscientemente, lo manipule incorrectamente aumenta considerablemente.

Por las razones indicadas arriba, esta precaución es especialmente importante para los productos organofosforados y carbamatos.

En algunos países el fabricante debe hacer pruebas de estabilidad del producto en envases abiertos y la etiqueta debe incluir advertencias al respecto.

¿Cómo reconocer el deterioro de productos antiparasitarios?

Envase con «panellling» a la derecha. Fotografía tomada de www.pvcc.com

Lo primero que hay que saber, es que un buen aspecto exterior (del envase o de su contenido) no garantiza la calidad del producto. La ausencia de síntomas visibles de deterioro no indica nada respecto a si un parasiticida puede aún utilizarse sin riesgos para la salud del ganado, de los trabajadores o del medio ambiente. Si tiene buen aspecto pero está caducado, lo único prudente es eliminarlo.

Pero hay signos de que un producto puede estar deteriorado, incluso si no ha superado aún su fecha de caducidad. Y entonces lo prudente es también eliminarlo. Entre tales signos se encuentran todos los cambios de aspecto del producto químico con respecto a un producto fresco en buen estado: cambio de color, cambio de olor, aumento de la turbidez o de la viscosidad, presencia de posos en el fondo, o de partículas en suspensión ausentes en el producto fresco, separación de fases (como tras mezclar aceite con agua), etc. En el caso de suspensiones, la presencia de precipitados (posos) es normal, siempre que al agitar el producto vuelvan a quedar suspendidos.

Los deterioros del envase no significan necesariamente deterioros del producto que contienen, pero permiten sospecharlo. Es muy típico ver envases plásticos «contraídos», más o menos deformados. Esa deformación se denomina «panellling» en inglés y es indicadora de que el producto ha perdido disolvente por evaporación y permeación a través de la pared del envase. Esto a su vez indica que el material del envase no es del todo hermético y tal vez inadecuado para el producto que contiene. También indica que si el envase ha perdido disolvente, la composición del producto ha podido cambiar, aunque tal vez sin salirse de las especificaciones. Para evitar este fenómeno, algunos envases plásticos deben ser fluorados, es decir, impregnados con una capa de flúor que los vuelve impermeables para los gases. En cualquier caso, piénselo dos veces antes de adquirir un producto con el envase contraído.

Otros deterioros del envase, como suciedad, golpes, etiquetas manchadas, despegadas, etc. pueden no tener ninguna relación con la calidad del contenido del mismo, pero hacen sospechar un transporte o almacenamiento descuidados, durante los cuales los productos han sido tal vez expuestos excesivamente a lluvias, golpes, sacudidas, etc. En general, un envase deteriorado debe hacer sospechar que el producto no ha sido tratado debidamente antes de ponerse a la venta, o que la calidad de la fabricación o de los materiales utilizados es dudosa.

¿Qué hacer con productos caducados?

Lo único razonable es eliminarlos siguiendo la legislación local en materia de eliminación de productos químicos.

El límite mínimo de 2 o 3 años de periodo de vencimiento exigido en muchos países hace que muchos laboratorios interrumpan las pruebas de estabilidad tras esos periodos, entre otras razones porque prolongarlas supone un gasto adicional. Otros laboratorios deciden prolongarlas: si el producto permanece estable podrán ofrecer un periodo de caducidad más largo, que puede añadir una ventaja competitiva al producto.

Para el consumidor, esto significa fundamentalmente que, en sí, un producto podría permanecer estable durante bastante tiempo más (meses, años) que el indicado en la etiqueta, sobre todo si se ha almacenado en buenas condiciones. El problema es que el consumidor no tiene manera de saberlo a ciencia cierta. Y ante la duda, hay que ir por lo seguro, que es eliminarlo, ya que como se ha dicho repetidamente, en un producto caducado puede no sólo disminuir la eficacia, sino también aumentar la toxicidad. Y no basta haber hecho una buena experiencia con el mismo u otro producto en el pasado. Porque nunca podré saber en qué condiciones ha sido almacenado el envase concreto caducado antes de haberlo adquirido yo.

En la práctica, para productos en sí poco tóxicos y que hayan superado unos días la fecha de caducidad, no hay mayor inconveniente en utilizarlos. Pero si se trata de productos de la clase de toxicidad OMS I, II o incluso III, y la fecha de caducidad se ha superado en varios meses, lo único prudente es eliminarlos.